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de marfil o de pino, donde te recibió, hechizada de ternura, tu amante madre.

No temas descender a la cuna augusta, la tierra también tiene dulzuras femeninas.

Anciano, préstame el apoyo de tu endeble pecho para que en el recline mi cabeza, di a tu corazón que me escuche, es a él a quien hablaré.

En un reino lejano cuyos campos doraba en estío la fertilidad, a orillas del océano azul, vivió ha muchos años una princesa loca, que debió morir al nacer, y digo morir, porque su estrella era roja con el nimbo del signo fatal.

Sus padres, incrédulos, se mofaron de los augurios que, después de mirar la "Copa de oro", le predijeron los magos del reino. No hicieron caso de la trágica advertencia, y ella estaba grabada en la frente de la princesita a raiz misma del pensamiento.