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por la vida, porque la chiquilla quedó abandonada de todos, silenciosamente triunfó en ella el bien.

Esa cabecita loca hecha para todas las bellas frivolidades, se inclinó cargada por el peso de la meditación, y sus manos, antaño mariposas traviesas, se volvieron dos monjitas blancas de esas que amortajan a los muertos anónimos.

Su boca ya no injuriaba a la suerte, la paz la había sellado con un dulce beso de resignación.

Ella era buena, hija de la tierra, apasionada y calma, hija del mar, fresca y vibrante hermana de la tempestad.

Para reposar tranquila sólo aguarda el perdón de un alma buena. ¿Quieres dárselo tú, anciano; tú que inclinas la frente hacia el seno del Señor?

Al contarte este cuento a tí, sólo a tí, he pedido que pongas como oído tu corazón.