brasero que hace pasar las mejores noches a los nobles y trabajadores huasos de Chile.
Me visita el espectro de mi madre que, sobre todos mis recuerdos, sonríe, toca mi frente con sus dedos de niebla y desaparece...
Entonces tenía yo diez años y era la segunda de seis hermanas.
Decíase que éramos bonitas y nos llamaban "las ondinas del Rhin", por nuestra larguísima cabellera rubia y nuestros ojos de turquesa.
La mitad del año vivíamos en la capital y la otra, la pasábamos en alguna de las fincas de mi padre, lugares fértiles y hermosos, internados en la región del sur.
Cuando se aproximaba la primavera, las seis criaturas de salón, correctas y puntillosas, familiarizadas con la historia griega y romana, conocedoras de cuatro idiomas, volvíanse pequeñas salvajes, faltaban el respeto a las rígidas institutrices y aturdían a la indulgente madre con parloteo bullanguero de aves americanas.