Página:Cuentos para los hombres que son todavía niños.djvu/54

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
– 48 –

como solíamos llamarnos, despreciando a las menores, nos íbamos en puntillas a la pieza de Sabina, y allí, con voz cariñosa y tono suplicante, le pedíamos nos llevase a casa del capataz, para oír un cuento y tomar mate.

–¡Llévanos, Sabina! Seremos buenas. Te ayudaremos mañana a recoger los huevos en el gallinero y a desenterrar rabanillos en la huerta para el almuerzo de papacito.

—¡No, niñitas; no, soles! Miren que nos puede sorprender mi señora y me retaría. Ya saben ustedes, palomas; a ella no le agrada que salgan de noche: pueden resfriarse.

—¡No, Sabina! —implorábamos con voz persuasiva.— Es verano, hace mucho calor; fíjate, estamos transpirando.— Y para hacer supremo el argumento, besábamos cucañeras las bronceadas y redondas mejillas del ama.

—Bueno, pues, vayan a ponerse abrigo y ¡calladitas!; ni una palabra a naiden...