mis, mientras que sus negros ojos se clavaban en él con forzada gravedad, como si tras ellos culebrease la carcajada inocente de la compañera de juegos, protestando contra tanta ceremonia.
Junto á ella, arrogante y bien plantado corno un Alcides, con la manta terciada y la rapada testa erguida con fiereza, estaba otro compañero de la niñez, Chimo él Moreno, el gañán más bueno y más bruto de todo Benimaclet, protegiendo á la arrodillada muchacha con la gallardía celosa de un sultán y mirando en torno con sus ojillos marroquíes, que parecían decir: «¡A ver quién es el guapo que se atreve á empujarla! »
II
La comida dio que hablar en el pueblo.
Seis onzas, según cálculo de las más curiosas comadres, debió gastarse la buena de doña Ramona para solemnizar la primera misa del hijo de sus arrendatarios.
Era una satisfacción ver en la casa más grande del pueblo aquella mesa interminable cubierta de cuanto Dios cría de bueno