más dulces nombres que ha producido idioma alguno...
Pero sintió á sus espaldas algo que le hizo despertar de la dulce somnolencia.
Era la siñá Tona, la madre de la florista, que abandonando su asiento venía á hablar con el cura.
La buena mujer no podía conformarse con el nuevo estado del hijo de su amiga. Como buena cristiana sabía el respeto que se debe á un representante de Dios; pero que la perdonasen, pues para ella Visantet siempre sería Visantet, nunca don Vicente, y aunque la aspasen, no podría menos que hablarle de tú. El no se ofendería por eso, ¿verdad? Pues si lo había conocido tan pe queño... si era ella quien lo había llevado de pañales á la iglesia para que lo cristianasen, ¿cómo iba á hacerle tales pamplinas á un chico á quien consideraba como hijo? Aparte de esta falta de respeto, ya sabía que en casa se le quería de veras. Si no vivieran el tío Bollo y la siñá Tomasa, Toneta y ella eran capaces de irse con él como amas de llaves; pero ¡ay, hijo mío! no iba el agua por esa acequia. Aquella chiquilla estaba muertecita por Chuno el Moreno, un pedazo de bruto de quien nadie tenía nada que decir, mejorando Jo presente; se querían casar en- seguida, antes ¿le San Juan