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V. BLASCO IBÁÑEZ
sintió la velluda zarpa en el cuello y fué zarandeado con acompañamiento de... esto y aquello en Dios y la Virgen.
Como medida de previsión otra quince na. Y sin dar gracias á la sociedad, que se preocupaba de él para mejorar su índole perversa, atravesó otra vez el portón en busca del vergajo que enseña y de las conversaciones de la cárcel que moralizan.
Iba preso de nuevo por blasfemo. Y lo mejor del caso era que al salir de la cárcel no había abierto la boca y únicamente al sumirse de nuevo tras el férreo rastrillo, pensando, sin duda, en los ojos enrojecidos y sin pestañas y en la mano huesosa y acariciadora, murmuraba, abatido su lamento de los grandes dolores:
— ¡Ay, mare mehua!