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Página:Cuentos valencianos (1910).djvu/16

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V. BLASCO IBÁÑEZ

chillidos al pregonar la venta y las riñas con las compradoras.

Pero cuando se agotaba el repertorio burlesco, Dimòni, soñoliento por la digestión del alcohol, lanzábase en su mundo imaginario, y ante su público silencioso y embobado, imitaba la charla de los gorriones, el murmullo de los campos de trigo en los días de viento, el lejano sonar de las campanas, todo lo que le sorprendía cuando por las tardes despertaba en medio del campo sin comprender cómo le había llevado allí la borrachera pillada la noche anterior.

Aquellas gentes rudas no se sentían ya capaces de burlarse de Dimòni, de sus soberbias chispas ni de los repelones que hacía sufrir al tamborilero. El arte, algo grosero, pero ingenuo y genial de aquel bohemio rústico, causaba honda huella en sus almas vírgenes y miraban con asombro al borracho que, al compás de los arabescos impalpables que trazaba con su dulzaina, parecía crecerse, siempre con la mirada abstraída, grave, sin abandonar su instrumento más que para coger el porrón y acariciar su seca lengua con el glu-glu del hilillo del vino.

Y así estaba siempre. Costaba gran trabajo sacarle una palabra del cuerpo. De él