didos sobre el vientre, con la cara teñida de zumo de zanahorias. Era Netet, el hijo del ama.
Lo cogió de la mano con cierte aire de muchacho, propio del desgarbo con que llevaba las faldas, y los dos se dirigieron á la cocina seguidos por la sonriente churra, á quien la hacía gracia el aire tímido y enfurruñado del chiquillo.
II
Llegó á su barraca con la espuerta sin llenar, pero no pudo decir que le había ido mal en su primera expedición.
Aquella churra le quería de veras, desde que supo que era nada menos que hermano de la señorita. Ella misma le llenó el capazo vaciando todo el basurero de la cocina, sin importarle lo que pudiera murmurar el femater de la casa, un viejo que podía alegar los derechos adquiridos en once años. Nelet le desbancaba^y la buena muchacha, para afirmar su protección, le regaló con media cazuela de guisado de la noche anterior y una montaña de mendrugos que el chico iba tragándose con la cal-