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Página:Cuentos valencianos (1910).djvu/212

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V. BLASCO IBÁÑEZ

encerrados en el establo, que iban a quedar excluidos del reparto de mercedes.

— Voy á enseñárselos—decía por lo bajo á su marido.

Y éste, tímido siempre, se oponía murmurando:

— Sería demasiado atrevimiento. Se enfadará el Señor.

Justamente, el arcángel Miguel, que había venido de mala gana á la casa de aquellos reprobos, daba prisas á su amo:

— Señor, que es tarde.

El Señor se levantó, y la escolta de arcángeles, bajando de los árboles, acudió corriendo para presentar armas á la salida.

Eva, impulsada por su remordimiento, corrió al establo, abriendo la puerta.

— Señor, que aun quedan más. Algo para estos pobrecitos.

El Todopoderoso miró con extrañeza aquella caterva sucia y asquerosa que se agitaba en el estiércol como un montón de gusanos.

— Nada me queda que dar—dijo—. Sus hermanos se lo han llevado todo. Ya pensaré, mujer; ya veremos más adelante.

San Miguel empujaba á Eva para que no importunase más al amo, pero ella seguía suplicando: