Como un buho, permanecía en el fondo de su guarida mientras brillaba el sol, y á la caída de la tarde salía del pueblo cautelosamente, como ladrón que va al acecho, y por una brecha del muro se colaba en el cementerio, un corral de suelo ondulado que la Naturaleza igualaba con matorrales, en los que pululaban las mariposas.
Y por la noche, cuando los jornaleros retrasados volvían al pueblo con la azada al hombro, oían una musiquilla dulce é interminable que parecía salir de las tumbas.
—¡Dimòni... ¿Eres tú?
La musiquilla callaba ante los gritos de aquella gente supersticiosa, que preguntaba por ahuyentar su miedo.
Y luego, cuando los pasos se alejaban, cuando se restablecía en la inmensa vega el susurrante silencio de la noche, volvía á sonar la musiquilla, triste como un lamento, como el lloriqueo lejano de una criatura llamando á la madre que jamás había de volver.