ver al Menut, quien con aspecto de perro abandonado pasaba el día vagando por la calle, tan pronto en el cafetín de PancJiabruta como frente á la casa de Pepeta, siempre sucio, con la camiseta listada de azul y la blusa al cuello impregnadas de la hediondez de la sangre seca.
Ya no repartía carneros á los cortantes de la ciudad; olvidaba su carrito mugriento, y embrutecido por la sorpresa, queriendo llenar aquel algo que le faltaba, sólo sabía beberse águilas en el cafetín ó ir tras Pepeta, humilde, cobarde, encogido, expresándose con la mirada más que con la lengua. Pero ella estaba ya despierta. ¿Dónde había tenido los ojos?... Ahora le parecía imposible que hubiese querido á aquel bruto, sucio y borrachín. ¡Qué abismo entre él y Visen tico!... una figura de general, un chico muy gracioso en el habla, que cantaba guajiras y bailaba el tango como un ángel, y que, en fin, si no tenía millones y una mulata, ya se sabía que era por lo mucho que le tiraba la tierresita.
Indignábase al ver que aquel granujilla, forrado en la mugre de la carne muerta, aun tenía la pretensión de que continuase lo que sólo había sido un capricho... una condescendencia compasiva... ¡Arre allá! Cuando no manifestase su cariño con zar-