en aquella lobreguez. Le parecía ver bultos sospechosos, y en la esquina de la calle, espiando la puerta de Marieta, creyó dis tinguir gente en acecho...
¡Allá va! Y sonó un terrible chasquido, como si se rasgara á un tiempo toda la ropa blanca de la novia, y de la esquina surgió una gruesa línea de fuego que avanzó rápida y serpenteante con un silbido atroz, que puso los pelos de punta al buen notario.
Era un enorme cohete. ¡Vaya una bro ma! El notario se arrimó tembloroso á una puerta, mientras el escribiente casi caía á sus pies, y allí estuvieron los dos durante unos segundos, que les parecieron siglos, viendo con angustia cómo el petardo iba de una pared á otra como ñera enjaulada, agitando su rabo de chispas, conteniendo por tres ó cuatro veces su silbante estertor, hasta que por fin estalló en horrendo trueno.
El tío Sentó había permanecido valien temen te en medio de la calle... ¡Reden! ya sabía él de dónde venía aquello.
— ¡Chentola indesent!—gritó con voz ronca por la rabia.
Y agitando su enorme gayato avanzó amenazante, como si tras la esquina fuese á encontrar al Desgarrat con toda la parentela de la siñá Tomasa.