como los granos de arroz, hinchados por el substancioso caldo.
Con el pañuelo al pecho á guisa de servilleta, había bigardón que tragaba como un ogro, mientras las mujeres hacían dengues, llevándose á la boca la puntita de la cuchara con dos granos de arroz, mostrando esa preocupación de la mujer campesina que considera como una falta de pudor el comer mucho en público.
Aquello era un banquete de señores; no se comía en la misma paella, sino en platos, y bebíase en vasos, lo que embarazaba á muchos de los comensales, acostumbrados á arrojar un mendrugo sobre el arroz como señal de que era llegado el momento de pasar el porrón de mano á mano.
La cortesía labriega mostrábase con toda su pegajosidad y falta de limpieza. Ofrecíanse de un extremo á otro del banquete un muslo tierno y jugoso, y de unos dedos á otros llegaba á su destino. Todo eran obsequios, como si cada uno no tuvie se en su plato lo mismo que le ofrecían.
Marieta apenas si comía. Estaba al lado de su marido con la cabeza baja. Palidecía, contraíase su frente reflejando penosos pensamientos y miraba con alarma á la puerta de la calle, como si temiera alguna aparición del Desgarrat.