sombra la cara ancha y pecosa de la siñá Tomasa, y trémula, con paso precipitado, creyendo que alguien la tiraba de la falda, se metió en el estudi siguiendo á su marido.
Ahora se fijaba en aquella habitación, la mejor de la casa, con su sillería de Vitoria, las paredes cubiertas de cromos religiosos con apagadas lamparillas al frente y sus colosales armarios de pino para la ropa.
Sobre la ventruda cómoda, con agarra deras de bronce, elevábase una enorme urna llena de santos y de flores ajadas; ro deábanla candelabros de cristal con velas amarillas, torcidas por el viento y motea das por las moscas; cerca de la cama la pililla de agua bendita, con la palma del domingo de Ramos, y junto á ellas, colgando de un clavo, la escopeta del tío Sentó; un mosquetón con dos cañones como trabucos, cargados siempre de perdigón gordo por lo que pudiera ocurrir.
Y como suprema muestra de magnificencia, como complemento del mueblaje, aquella cama famosa de la siñá Tomasa, complicada fábrica de madera tallada y pintada, ostentando en la cabecera media corte celestial, y con un monte de colchones, cuya cima cubría el rojo damasco.
El marido sonreía satisfecho de su triunfo.