— Es que para ti también hay. Por arriba va la barca del Toto explorando, y si ha oído tus ronquidos, ahora mismo tienes aquí el bolichó de cuerdas, y mañana estás en la Pescadería hecho cincuenta cuartos.
— ¡Cincuenta demonios!—roncó con furia el reig, y dando un furioso coletazo aban donó la cama de barro, poniéndose en facha de escapar, mientras al ladino esparrelló le temblaban todas las escamas con las convulsiones de una risita aguda é insolente. El reig se amoscó al ver que tomaban á broma su prudencia, y avanzando el cuerpo hacia el diminuto bicho, quiso reconocerle en la semiobscuridad.
— ¿Eres tú, granuja? Tú acabarás mal; y si no fuera porque me tacharían de ingrato, lo que no corresponde á una persona de mi edad y mi peso, ahora mismo te tragaba. ¿Crees tú, mocoso, que me dan miedo todos esos pelambres que vienen á buscarnos en el fondo de las aguas? Soy demasía do guapo para dejarme coger. Pregúntale á ese Toto de quien hablas cuántas veces de una morra le he roto el bolinchón de cuerdas. Si repito muchas veces la fiesta le arruino. Pero tengo conciencia; antes que hacer daño á un padre de familia prefiero huir á tiempo, y me va tan ricamente con este sistema, que mientras los de mi fa-