RUBÉN DARÍO
nada con que poder hacer entrar en calor
sus cuerpos; duermen en el suelo como los
animales, siendo ésta la causa principal, si
no la única, de las enfermedades que pa-
decen».
Y hoy pasa lo mismo.
El atorrante duerme a la bartola, se quema
la sangre con venenosos aguardientes, y así
pasa las noches heladas. O si no, se deja mo-
rir acariciado por la pereza, o por el desdén
de la vida, y amanece comido de caranchos,
o ahogado en el río, o tieso y abandonado
entre los muelles, o en cualquier oscuro
rincón.
Desilusionados italianos, franceses, ingle-
ses, españoles, rusos, hombres de todas
partes, componen ese vago ejército. Viven,
se alimentan y mueren cínicamente; es de-
cir, como los perros.
A esta clase de ilotas debe dirigirse la mi-
rada del sociólogo, pues encierra un amargo
problema. Y a los pobres enfermos, a los
verdaderos necesitados, víctimas de la des-
gracia, la bondad de las manos generosas.152