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La ilustracion iberica

CUESTA ABAJO


(CONTINUACIÓN)

14 de enero.–Ayer fue día de asueto: yo no escribo en día 13. Continúo. –Pero, niñas –gritó D.ª Eladia–, ¿estáis locas? Tú, torbellino, ven a saludar a D.ª Paz, la señora de Arroyo, nuestra vecina.

Mi madre que ya no temía desaires, y que en cuanto vio a Elena se enamoró de ella también a su manera, salió al encuentro de la muchacha, la cual al verla se turbó un poco, y no encontró mejor manera de ocultar la vergüenza que le daba haber estado haciendo la chiquilla en presencia de aquella señora respetable que acercarse a ella, cogerla por los hombros y darle sendos besos en las mejillas.

Entonces fue cuando mi madre, muy contenta, se volvió a mí y, sujetando por las muñecas a Elena, dijo con tono solemne, que quería ser cómico:

–Te presento a la pequeña de las de Pombal. –Y nos hizo darnos las manos.

–Sí, señor –dijo Elena–; la pequeña, que se come las sopas en la cabeza de la hermana mayor. –Y fue a unirse a Emilia para demostrarlo; pero la mayor, que ya tenía confianza con nosotros, al verla venir le azotó dulcemente el rostro y se echó atrás de un brinco, diciendo:

–Y quedaste.

–¡Ah! –gritó Elena de un modo que me llegó al alma–. Y tras vacilar un momento, dudando si atreverse con la gran diablura, con la irreverencia, con la locura que se le ocurría y la tentaba, añadió:

–Y quedó D. Narciso.

Y echó a correr después de rozar mi hombro con la propia mano con que me pedía silencio poco antes.

–Pero, Elena, ¿qué es esto? ¡Dios mío! ¿Vive, señora? ¡Y así toda la vida! –gritó, entre enfadada y risueña, la tía.

–Pero ¡Elena! –gritó cómicamente Emilia, que saltaba allá lejos, amenazando con huir si se la perseguía.

–Pero ¡Emilia! –exclamó Elena.

–Sí: tiene razón ésta: pero ¡Emilia! Tú, que debías dar ejemplo...

–¿Qué ejemplo, si este Arroyo es el infierno? ¿Verdad, D.ª Paz?

–Sí, hija mía: tiradle al río si queréis. ¡Es más soso! Anda, hombre, dale tú la queda.

–Si puede –dijo Elena, preparándose a correr.

No se me ocurrió que estuvieran locas las señoritas de Pombal.

Por aquellas bromas, que en otras circunstancias, con otro ambiente, hubieran sido absurdas, se reveló de repente la cordialidad que debía existir entre las de Pombal y los Arroyos. Lo absurdo había sido estar tan cerca y no haber removido antiguas amistades.

Como estas situaciones, graciosas por lo excepcionales, lo pierden todo si se prolongan, y jamás se prolongan entre personas de buen gusto y trato, la formalidad se restableció, al mismo tiempo que la tarde se ponía seriamente triste, ocultándose el sol, para morir, en un sudario de nube oscura orlada con espumas de oro.

Abandonamos todos el prado, despedidos por los respetuosos saludos de los segadores y por sus miradas entre curiosas y burlonas, y llegamos hablando de cosas serias, de recuerdos de familia, al palacio de Pombal, al punto en que el sol se escondía por la parte del mar, invisible, en una de esas apoteosis de luz que no olvidan los que saben recordar, mejor que sus rencores, las nubes de antaño. Todo esto se dice pronto; mas la impresión que me produjo la dulce manotada de Elena, y las cosquillas espirituales que me hacían sus ojillos mirándome de lejos en son de desafío, entre avergonzados y atrevidos... eso es