la muerte de un amigo; pero al fin no me pude contener, hablé, y dije que algun día vengaría la muerte de Palamedes si hallaba ocasion para ello. Esto me ocasionó enemigos implacables, y fué el origen de mis infortunios. Desde entonces Ulises no pensó sino en perderme haciéndome sospechoso en el ejército, recurriendo á sus armas ordinarias que son las calumnias, de que sabe servirse con tanta destreza. Al fin no paró hasta que por el ministerio del adivino Calcas... ¡pero que digo, y para que fatigaros vanamente con tan triste narracion. Yo nada puedo esperar, pues que mirais á todos los griegos del mismo modo, y basta haberos confesado que lo soy: quitadme la vida, vengaos. Ulises os agradecerá mi muerte, y los Atridas la comprarían á cualquiera
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