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tortura el «ojo de pollo» metido entre los dedos de los pies, y el mal olor de las «arcas» del chico, y el peso exacto de las cebollas compradas por la señora.

Este mismo boticario, al verse los dedos después de una satisfacción orgánica, alguna vez tiene el gesto de aquel a quien hizo traición la consistencia del papel usado; pero piensa, para su descargo, que pudieron verse en el mismo caso Napoleón Bonaparte y San Bartolomé.

Para evitar estas dolorosas claridades se festoneó la obra en la forma antedicha.

Así, el Teniente, sufrió una fuga imaginativa después del lago sugerido por aquella pregunta, y viendo las ventanas de esa casa, de donde intempestivamente podía salir una mujer, recordaba que era un cobarde ya que un mes antes se llenó su habitación de voces alborotadas que le sacudieron el sueño y habiendo salido encontró que la de enfrente se retorcía, echaba espumarajos y sonaba los dientes como cuando se refriega huesos. Era gorda; debido a los pataleos levantaba los vestidos y se le veían las piernas. Dos mujeres la contenían fuerte, procurando abrirle las manos apretadas.

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