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Claro que tuve que salir a las ocho porque no fue posible que me quedara. ¡La tarde que he pasado!"

Se refregaba las manos y movía los ojos hasta sacarle chispas Tenía adentro una cuba de alegría como una cuba de vino.

Pero a nuestro Teniente estas narraciones le picaban el egoísmo Era capaz de moverles los omóplatos como a las molestias de la espalda y hacerle el gesto unilateral que acerca una comisura de la boca a la ternilla correspondiente.

En especial porque el Teniente B era un maniático de la primera persona del singular; a cada momento se le sorprendía: yo soy, yo estaba, yo era, etc., etc., y como al nuestro tampoco le disgustaba la fórmula, no había tiempo para que se entendieran. Entonces: tan amigos no; a cada uno le instigaba un punto de aversión que quedaba guardado sin decirlo y que, existiendo, no molestaba tanto que pudiera aparecer, por el resarcimiento que proporciona la vecindad de alguien que nos diga algo. Además algunos puntos de contacto, igual número de estrellas e igual vestido, les aproximaba.

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