FIALHO D'ALMETDA
mismo día en que él, Lord Clifton, cerrase los ojos al mundo para habitar en el osario del castillo su sarcófago de lápislázuli que diez leopardos sus- tentaban y docenas de escudos revestian. La noble intención del Lord conmovió a la orgullosa y gran- de Inglaterra... Todos los clubs votaron homenajes al benemérito; el Parlamento y la Reina le colmaron de honores; y a su vez el pueblo le hizo ovacio- nes formidables, bajo las ventanas del palacio.
Y de allí en adelante, la idea de todos era:
— ¿Cuándo cerrará para siempre los ojos ese buen Lord Duque de Clifton?...
En el salón de honor del Xensimgton, el director ya había marcado un sitio a la reliquia inestimable, en el fondo de la habitación, sobre un estrado góti- co, entre las estatuas exhumadas en el Peloponeso y las banderas tomadas a los franceses en las grandes batallas del Imperio...
Y una tarde de invierno, los periódicos notificaron la muerte del Lord... Mientras todas las clases socia- les venían luctuosas y graves,a desfilar en el entierro, una diputación de sabios, presidida por el Príncipe de Gales, subía las escaleras del caserón solariego para conducir al museo la oferta del duque muerto...
¡Ah, pobre gente!... Desapareciera del armario la pieza de ropa de Carlos Estuardo, —camisa, calzon- cillos o lo que quiera que fuese—porque el ama de ¡la- ves, aseada mujer del país de los h2g4-lands, viendo allí el lamentable harapo, lo echó h:nestamente al cubo de la lavandera ..
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