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FIALHO D'*ALMETDA

—;¡Palabra de hombre de bien!... :

—Pero júrole que lo creo, —dije yo admirado de esa singular insistencia.

En la confusión había arrojado fuera, por la venta- nilla, el cigarro y buscaba tabaco por los bolsillos.

—Este mundo es una comedia; es lo que es... Las he sufrido bue nas, no lodude usted...

—Nunca se es completamente feliz, —opiné por mi parte, y él dijo que sí con la cabeza.

—El señor es joven. En esa edad las catástrofes no dejan huella; la gente lo vé todo color de rosa. Pero de viejo, crea, la cosa es otra...

Extendió el brazo hacia los campos que surgían vagos de la noche y de la neblina, bajo la palidez del cielo matinal... Y en intervalos absortos:

—¡Todo esto es míol- -señalaba con el brazo el horizonte. —Más allá queda la heredad de las Doxas, más allá Sao Brissos que fué de Moira de Arrayo- llos, mas lejos aún se vé la Martimeta, tierra guapa para sementeras... ¡Vida, vida!...

Y más lejos:

—Podía meterme a roturar descampados por ahí, todo tierras grasas, vírgenes de cosechas, con aguas dé manantial... ¡Millones en poco tiempo!...

Se rió con aspecto triste.

—Pues por ahí me envidian la hacienda, gente feliz. Siempre inspira codicia aquello que es de los demás. ¡Mire que es así!...

—¿Y por qué no intenta esa agricultura en gran- de? —inquirí.

—|Vaya, dejadlal —dijo él con un gesto desalen-

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