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FIALHO D'ALMETDA

enorme, su aspecto trasudaba bravura jactanciosa, fragores de carga y bramidos de mando. En esa mano cerrada sentíase el nerviosismo de quien marcialmente oprime empuñaduras de espada in- vencible, en la vanguardia de los escuadrones a toda brida, bajo humared+s de cañones ululantes... Un respeto inclinaba la obesa corpulencia del mayoraz- go, cuando un prior sacó provisiones de la maleta, diciendo no haber almorzado como Dios manda. Preguntó en derredor si algunos de los señores o señoras querían servirse... Y había mostrado un enorme cabás Je provisiones; fiambres, doce hue- vos cocidos, un gorde pollo relleno, mandarinas y mermelada para desengrasar... El rojo coronel que era un amigo, al parecer, no rehusó su tragui- to de Porto.

—¡Está bueno! --decía el prior. ¡Sírvase de na- ranjas, señora Doña Emma, son de las nuestras]...

Y Doña Emma, hija del coronel y bizca, con plu- majes blancos en un sombrero de teja escarlata, re- plicó con mímicas fastidiosas que lo agradecía mu- cho, pero que no... El coronel se puso entonces a hablar... Era una vocecita de suavidad incompara- ble, toda pastosa en las erres, solícita, mansa, escu- rriendo falsetes de niño de coro... Y con grandísi- ma sorpresa, el mayorazgo oyó a ese guerrero color de lacre, tan babilónico de construcción, discre- teando en diálogos de cocina, con el prior... ¡Con- fosónos que daría todo por un relleno legítimo, pero lo que se llama todo!

Sólo daba merecimiento a rellenos y a quien los

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