LA CIUDADDEL5VICIO
chos enrejados, de los frisos en voluta, de las co- lumnatas y arquitrabes, la estatuilla de un prestigio, el florón de un don exclusivo y la cariátide de: una tradición heredada... Y mientras con formidable im- pudor el escabel rudo de la canalla iba en cada se- dición tomando dimensiones ciclópeas, el pobre trono carcomido hacía co'gar más y más su dosel ahilado; ¡cabeza decrópita ofreciendo el gaznate al nudo corredizo del cadalso!...
Era ya el alegre tiempo de los reyes desterrados, estanciando por los hoteles del Boulevard Hauss- mann y por los camerinos de las estrellas nuevas, yendo a cenar chez Bignon, chez Vachette y chez to- dos los restaurantes de suntuosos gabinetes, con le- chos Gauthier, bídé, velador para comer y el pequeño peine de madreperla, discreto y útil, que alisa, para no dejar vestigios de los cancans en pelota,. los cabellos destrenzados de Coralia, Fanny Essler o Rosita Maury... Por las coronas ni medio céntimo daban...Todos los días los expresos arrojaban al tor- bellino de París, príncipes y princesas, herederos sin reino que heredar, reyes y reinas de paletot color de miel y cache-misére color de palomo, grandes-duques de tamaño de granos de mijo, barbados como mazor- cas y tan poderosos que si se caían de los calzones en sucapital, venían aromperse las naricesen país extran- jero... En el Hotel Druot, alternaban las ventas de las colecciones Demidoff con las almonedas de las reinas. rumbosas... Esos destronados no sufrían mucho, sin embargo, porque les embriagaba la verbosidad de: Audran, Halevy y Planquette; soplo de vida nueva,
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