LA CIUDADDEL VICIO
«n los ministerios, casas de juego y tes oficiales; y ¡los aspirantes de lanceros eran las primeras bailari- nas del Ejército!... Todos los días quebraban casas bancarias, había saldos por deudas, se abrían almace- nes de préstamos o los periódicos anunciaban suici- dios. Y con respecto a las ciencias, los astrónomos fijaban la tierra en los espacios y todos los astros en derreder descabellados en correrías de juerga o fandangueando en baile desnalgado... Los pocos es- píritus sanos, vueltos a un pasado de históricas pompas, le contemplaban en una apatía desopilante, perdonamdo las verglienzas presentes por las glorias de entonces...
Espoleado por el éxito, el Rey Menelao invadía los dominios del alto arte poético, el soneto pasto- ril, el acróstico recamado de dulzuras de Himeto, el logogrifo lleno de juegos de palabras y de imá- genes acartonadas; sublimidades métricas donde la regia inspiración tenía vuelos de gallinácea... Sus preocupaciones literarias llegaron a tal punto que hasta una pluma de letra bastardilla mandó clavar en la punta del cetro para que así no le fuera a es- capar la inspiración que le acometiese acaso en las horas solemnes de la pragmática... No era raro que apareciesen los discursos de la Corona y las res- puestas a los plenipotenciarios, acribillados de ri- mas y alusiones mitológicas que inundaban de con- fusión el alma de los funcionarios y hasta llegaron a suscitar hostilidades con los ingleses...
Sin embargo, bien pronto la atmósfera de simpa- tía y favor en que florecían los laureles de Menelao
— 221 —