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FIALHOD'ALMEIDA

baja, en un secreto de infinita ternura, en que llora- ba la ruda voz transfigurada por los ardofes de la juventud: *

—Cuando estemos casados ¿sÍ?...

Agarró el cubo; estuvo enrollando la cuerda a la cintura por un cabo, metió dos dedos en la boca, para silbar a los mastines. Y volviéndose de espaldas. a la fuente, púsose a recoger a las ovejas, azuzándo- las con el gran cayado por los prados arriba... Y más ailá, a lo lejos, su voz de montañiés cantaba ya en una tonada Joliente en que transparecía la tena- cidad de un mismo amor, idealizado por una vida entera de esperanzas y sueños castos...

Rosario aún quedó viéndole, laderas arriba, con ia manta al hombro, desconsolada por la repulsa y casi llena de desprecio por semejante honestidad... Y ca mino del monte, iba furiosa, con ganas de darse al novillo blanco de la vaca Morisca. Al pasar por la era, entre dos árboles el boyero del Monte de Trigo, que estaba du guardia en las eras, irguió la cabeza...

Y allí mismo, hambrienta como una lechoncilla,

a E e Rosario se entregó...