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EL ROBO
A la puerta de la enfermería posaron la camilla en espera. —;Eh, Ramón!-—gritó el enfermero del fondo.
Un criado ya viejo miró en la dirección de la voz y con la nariz al aire, mangas arremangadas, el labio colgante y estúpido, olfateaba. El enfermero añadió:
—¡Cama del rincón, vayal...
Y con su gesto lánguido, abría en derredor de uno que expiraba el biombo aislador, de papel azul y ver- de, con ramitos de rosas y mariposas...
Alta e interminable, la enfermería recordaba aún el claustro del convento de donde había nacido, con sus pilastras de cantería brutal, la bóveda blanqueada de la cual las lámparas caían simétricamente y ventanas de una orilla a otra, encimadas por respiraderos, y claraboyas circulares...
Tenía tal vez cien enfermos aquel cuartel irregu- lar, en cuyo circuito se veían pequeños bancos de pino, con escupideras de hoja, boletines clínicos, colgando a la cabecera de cada cama, y en la blan- Cura amarillenta de las almohadas, cabezas lívidas de
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