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parado frente a "La Piedra de Poder de la Tierra de la Serpiente Emplumada". De su silueta empezó a emanar energía y sus cabellos se empezaron a levantar en todas las direcciones. Un puente de energía se creó entre la piedra y el guerrero.

De pronto un poderoso tronido, que perturbó el silencio y se fue multiplicando, al expenderse en la atmósfera con rápidos y sucesivos estallidos. Un rayo bajó del cielo a la tierra zigzagueando, iluminando por un instante el recinto sagrado, uniendo al guerrero con la Piedra de Poder, a través de una corriente eléctrica, que circuló por todo su cuerpo y se introdujo a la tierra, a través de la escultura.

Águila Nocturna cayó de bruces sobre la piedra.

Cuando abrió los ojos Águila Nocturna, habían pasado cinco días. Estaba en una pequeña habitación, yacía en un petate y le dolía todo el cuerpo. Tuvo la intención de incorporarse, pero su cuerpo no le respondió. Como un animal herido, se mantuvo a la expectativa.

Más tarde entró un hombre que tenía pintado el rostro con tres franjas. La primera en toda la frente era roja, la segunda, de las cejas a la nariz, era negra y la última de la boca hasta el mentón era roja. Como era la costumbre en el vestir, traía amarrado a la cintura un lienzo de algodón, con una parte que le pasaba por la entre pierna y calzaba huaraches. Un pectoral de huesos de venado le cubría el pecho y unas muñequeras hechas con pequeñas piedras de jade, horadadas y tejidas en hilo de algodón, completaban su atuendo.

—Amadísimo hermano nuestro, —dijo el hombre. Por fin haz regresado del lugar de los descarnados, pensábamos que nunca jamás estarías con nosotros, bienvenido seas a esta tú pobre casa, "La Boca del Pozo de los Guerreros.

El hombre pintado, le relató con voz pausada y muy clara, que se encontraba en un Centro de Conocimiento de la Serpiente Emplumada. Que Águila Nocturna era un guerrero y que venía de tierras muy lejanas a recuperar, lo que en su día había sido un "rostro propio",

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