las alas de la percepción abiertas en la caminata, el guerrero estaba recuperando su vitalidad.
Fueron muchos días de dialogo con el mar, quien le contó muchas historias de poder, increíbles descripciones de lo que fue el mundo antes de los cuatro soles anteriores. El mar también le enseñó a cantar canciones mágicas, que convocan a las fuerzas que comparten con los humanos este mundo.
El Mar le enseñó, que casi todos los grandes conglomerados de energía tienen conciencia propia, que no es precisamente vida como la entienden los humanos. Simplemente tienen conciencia de ser; y esta conciencia tiene millones de años de existencia. Las montañas, los bosques, las selvas, los ríos y lagos; las grandes piedras, los grandes árboles y desde luego todas las estrellas. La consciencia de ser de un humano, frente a estos antiquísimos e inconmensurables conglomerados de energía, resulta insignificante y fugaz. La consciencia de un ser humano común, es influida por estas grandes fuerzas, aunque él no se dé cuenta por su limitada percepción y porque la mente ocupa casi toda la energía disponible, para "crear" el mundo que se ajusta siempre a sí mismo.
Pero un ser humano que desarrolle su sensibilidad y domine a su mente, puede llegar a comunicarse o por lo menos a convocar la atención y en su caso la ayuda de estas grandes consciencias, que a fin de cuentas, son energía pura y que comparte el mismo espacio y el mismo tiempo.
A lo largo de los días el mar compartió con el guerrero, desde la salida del inframundo, de la noche y la materia, al Señor de los Dardos de Fuego, que era acompañado por aquellos guerreros impecables que habían muerto intentando ser lo mejor de sí mismos y florecer su corazón en la Batalla Florida; hasta el cenit donde era recibido por las guerreras, quien lo acompañaban custodiando su camino, para nuevamente ir a luchar contra la oscuridad y la inercia que degrada y destruye a la materia.