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murmullos misteriosos, aleteos,
músicas nunca oídas.
El Hada entonces me llevó hasta el velo
que nos cubre las ansias infinitas,
la inspiración profunda
y el alma de las liras.
Y lo rasgó. Y allí todo era aurora.
En el fondo se veía
un bello rostro de mujer.
¡Oh, nunca,
Piérides, diréis las sacras dichas
que el alma sintiera!
Con su vaga sonrisa
"¿más…?" dijo el Hada.
Y yo tenía entonces
clavadas las pupilas
en el azul; y en mis ardientes manos
se posó mi cabeza pensativa....