Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/228

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

216
DAVID COPPERFIELD.

flores, nuestros ojos se encontraban, y lo único que me admira es no haber saltado por encima de las orejas de mi eaballo, hasta el interior del coche.

El camino estaba lleno de polvo, y creo recor- dar que Mr. Spenlow me acusó una ó dos veces de llenarles de polvo, á consecuencia del trote de mi caballo; cosa que no eché de ver, pues en clase de nubes, solo veia á mi alrededor una nube de amor y de belleza, en cuyo centro se hallaba Dora.

El sol reflejaba sobre Dora, los pájaros cantaban Dora, las flores de los campos se abrian para Dora. Sol, pájaros, flores, todo, en fin, lo veia yo por Dora. Sospecho que miss Julia me comprendia, y en efecto, era la única que podia comprenderme completamente.

¿A donde ibamos? Lo ignoraba. Quizás cerca de Guilford, quizas algun mago de Oriente nos abria aquel oasis mágico durante el dia, cerrán- dolo para siempre asi que hubimos partido; en uno de los collados habia una alfombra de ver- dura, y mil flores esmaltaban el suelo y presen- taban un paisaje pintoresco que se perdia de vista.

Me contrarió un tanto que alli se hallasen espe- råndonos varias personas; tuve celos hasta de las mismas señoras; odié à los hombres, y en particu- lar å un jóven que podria tener tres ó cuatro años mas que yo, y que poseia, como único mérito, unas patillas muy rubias, causa de su intolerable pretension.

Vaciamos todos los cestos y nos dispusimos á arreglar la comida. El de las patillas pretendió sa- ber aderezar una ensalada (;qué mentira!) y tra- tó de llamar la pública atencion.

¡Cuantás señoritas se pusieron bajo sus órdenes para lavar y escoger las hojas de lechuga! Entre ellas, una fué Dora. Decididamente, aquel presu- mido y yo, ¡no cabiamos ya juntos en el mundo!

¡Mi rival aderezó la ensalada, que no hubiera yo comido por nada de este mundo! Y se apropió el oficio de bodeguero de la reunion! Verdad es, que aquel imbécil construyó una cueva en el hueco de un árbol. No tardé en verlo á los piés de Dora, teniendo en su plato las tres cuartas partes de una langosta.

Hice un violento esfuerzo para afectar alegria, y traté de dedicar mis solicitudes á una jóven que llevaba un vestido encarnado, y charlé con ella á fuer de amante desesperado. Acogió mis atenciones favorablemente : ¿era por mi, ó porque á su vez pretendia el corazon del caballerito de las patillas? No lo sé. Se brindó á la salud de Dora. Entonces afecté interrumpir mi conversacion, que volví á continuar algunos momentos despues... Sorprendi una mirada de Dora, que se me figuró que pedia perdon; pero aquella mirada me fué lanzada por encima de la cabeza del de las patillas, y perma- neci insensible como una peña.

La jóven vestida de encarnado tenia una madre vestida de verde, y creo que esta nos separó por motivos de politica maternal. Sea lo que quiera, los grupos se dispersaron mientras que se recogian Ios restos de la comida, y me escabulli entre los árboles, llena el alma de remordimientos y de des- pecho.

Me pregunté si no debia excusarme bajo pretexto de hallarme indispuesto, y huir no sé á donde, en mi corcel, cuando en esto, Dora y Julia vinieron á reunirse conmigo.

- Mr. Copperfield, me dijo miss Julia, estais preocupado?

- Absolutamente nada, señorita, respondila.

- Y vos tambien, Dora, añadió Julia, pareceis preocupada.

- Oh! querida mia, no tal.

- Mr. Copperfield y Dora, dijo miss Julia, con un aire casi venerable, basta de seriedad. No es preciso que una desavenencia trivial aje las flores de la primavera de la vida, que, una vez pasadas, no vuelven á nacer... ; Hablo segun la experiencia que tengo del pasado, del irrevocable pasado! Los manantiales que brotan y brillan á la luz del sol, no deben pasar su rápida carrera por un ligero ca- pricho; no debe destruirse locamente el oasis del desierto de Sahara.

Tan turbado me hallaba, que no sabia ni lo que hacia; cogi la mano de Dora y la llevé á mis la- bios... Dora no opuso ninguna resistencia. Tam- bien hesé la mano á miss Julia, y se me figuró que los tres habiamos subido al sétimo ciclo.

En el sétimo cielo continuamos durante toda la velada. Al principio nos paseamos por entre los árboles, Dora apoyada timidamente en mi brazo, y bien sabe Dios que, al desear vivir asi eterna- mente, entre Dora y su amiga, errando por entre los árboles, hacia un voto insensato hasta no mas.

Pero antes de lo que yo hubiera querido, oimos