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DAVID COPPERFIELD.

Traddles sobrepujaban las de todos los politicos. En una semana cambiaba diez veces de opinion.

Mi tia, impasible como un canciller del Echiquier, le interrumpia con algunos escrchad, si, no, cte., segun las indicaciones probables del texto, y era siempre una señal para que Mr. Dick, miembro ministerial perfecto, repitiese las mismas palabras.

No obstante, aquel excelente hombre no podia escapar siempre á los remordimientos de un servi- lismo semejante, y se leia en su fisonomia que se acusaba de prestar su apoyo para echar por tierra la antigua constitueion británica.

Aquellos debates se prolongaron mas de una vez hasta las doce de la noche, y hubiera acabado por ser experto á haber descifrado mi manserito una vez terminado; pasé, en una palabra, por to- das las dificultades del arte, y tuve mas mérito en no desesperar, euanto que aquel trabajo no cra el único que me ocupaba; pero en mi celo los dias me parecian siempre demasiado cortos.

Una mañana que me dirigia al tribunal de Doe- tor's Commons, con la exaclitud de costumbre, hallé en el pórtico á Mr. Spenlow que tenia el aire pensativo y hablaba solo; como se quejaba frecuen- temente de males de cabeza y sus cuellos almido- nados disinulaban mal su cuello pletórico, crei al principio que pudiese tener un amago de ataque apoplético; pero no tardó en sacarme de mi inquie- lud. En vez de contestar á mi saludo, como tenia de costumbre, con afabilidad, me miró con aire eere- monioso, y me suplicó friamente que le siguiese á un café que en aquel entonces tenia una puerta de comunicacion con la andiencia por el lado del ce- menterio de San Pablo.

Como iba delante de mi, pnes el pasillo era muy estrecho para poder caminar de dos en fila, noté que andaba con aire altivo, cosa de mal agitero; mis presentimientos me advertian que habia des- cubierto algo de mis relaciones con Dora.

No tuve la menor duda cuando me hizo entrar en un gabinete del piso principal, donde vi i miss Murdstone sentada al lado de un aparador de for- ma antigua : al verme me alargó sus huesosas y frias falanges de la mano dlerecha con u aire de severidad que me hizo recordar otra época; Mr. Spenlow cerró la puerta, y en pié delante de la chimenea dijo á miss Murdstone :

- Tened la bondad, miss Murdstone, de ense- ñar á Mr. Copperfield lo que teneis en vuestro ri- dículo.

Era, si no me engaño, el mismo saco que lleva- ba en tiempo de mi madre; abriólo mordiéndose los labios y seó de él mi última carta á Dora, carta incendiaria llena de frases de abnegacion y de amor eterno.

- Se me figura que es vuestra letra, Mr. Cop- perlield, dijo Mr. Spenlow.

Senti como un acceso de ficbre ardiente, y res- pondi con una voz que no me pareció ser la mia:

- Si, señor.

- Si no me engaño, añadió Mr. Spenlow, mien- tras que miss Murdstone sacaba del fatal ridiculo un paquete de cpístolas atadas juntas con una cinta azul, estas otras cartas tambien son vuestras.

Cogi fristemente el paquete de manos de miss Murdstone, y echando una ojeada a su contenido bajé los ojos y me ruboricé por toda respuesta.

- No, gracias, me dijo Mr. Spenlow al devol- verle yo el paquete sin saber lo que hacia, no, no quiero privaros de ellas. Miss Murdstone, tened la bondad de decirlo todo.

Aquella horrible criatura, despues de haber fija- do su vista y rellexionado sobre la alfombra de la habitacion, se explicó secamente en estos tér- minos :

- Debo confesar que durante algun tiempo he tenido sospechas de miss Spenlow relativamente aà David Copperficld : habia observado á ambos cua- do se vieron por primera vez, y mi impresion no fué agradable. Tal es la depravacion del corazon humano que...

- Me hareis el favor, señora, interrumpio Mr. Spenlow, de ceñiros solamente à los hechos.

Miss Murdstone bajó la vista, se encogió de hon- bros, como para protestar contra aquella interrup- cion violenta, y continuó con cierta dignidad he- rida :

- Puesto que debo limitarme a los hechos, los expondré lo mas concisamente posible. He dicho que habia concebido mis sospechas, pero queria esperar á confirmarlas para participarlas al padre de miss Dora, sabiendo cuin poeo favorable es el mundo en agradecer en un easo semejante à las conciencias que cumplen con su deber...

El aire severo de miss Murdstone y aquella pulla tan directa, produjeron su efecto en Mr. Spenlow, que con un gesto concluyente la alentó para que siguiera, lo cual hizo con acento desdeñoso.

- A mi regreso á Norwood, despues de la au- sencia otasionada por el enlace de mi hermano y