La áspera cuesta—la más áspera que he subido desde que me conozco—hace redoblados zigzags por un bosque de pinos que parecen hijos de la misma nieve.
Cuando salimos de este bosque, ya nos encontramos á una altura extraordinaria sobre el valle de Chamounix.
A cada momento volvemos la cabeza para ver el Mont-Blanc; y reparamos que, á medida que nosotros subimos, el Mont-Blanc parece subir tambien; es decir, que, cuanto más nos elevamos, más por debajo de su cima nos creemos. —Lo mismo sucede cuando se discute con una alta inteligencia, ó cuando se leen muchos libros; que, á medida que se remonta uno, encuentra más y más inaccesible el pináculo de la sabiduría.
Seguimos caminando, ó por mejor decir, escalando el monte. Los mulos no pueden más. La senda tiene una inclinacion de doscientos por ciento, y la determina un pedregal cubierto de hielo y nieve.
Echamos pié á tierra..... —¡Qué fatiga! ¡Y qué hambre! —¿Cuando llegaremos á lo alto?
Han pasado dos horas.
Hénos al fin en la Flechere.
Desde aquí vemos toda la blanca cordillera del Mont-Blanc, todos los glaciers, todos los picos en su verdadera altura; todo el valle, en fin... desde el punto por donde ayer entramos en él, hasta el Col de Balme, por donde saldremos mañana...
(Porque ya es indudable que podemos saltar desde aquí á Italia, atravesando parte de la Suiza, hasta encontrar el Simplon.—La Tete Noire no está tan nevada como temíamos.)
Pero mirad al Mont-Blanc... Vedlo ahora levantado sobre todos sus émulos.
Aunque el dia no puede ser más sereno y trasparente, vése una especie de nube sobre la cima del gigante. Desde esta mañana la estoy reparando; pero hasta este momento no me he persuadido de que no es una nube: es una cosa como humo, es un vapor plateado, es una irradiacion semejante á la que en algunas noches purísimas de enero vemos alrededor de la luna.
De cualquier manera que sea, ello es que esa nube recuerda el humeante penacho que ondea sobre los volcanes.— Al decir de los viajeros (y ya lo veremos nosotros, si Dios quiere), la cima del Vesubio humea de este mismo modo...
Asi, pues, el Vesubio y el Mont-Blanc son dos gemelos coronados.— Aquel, el rey del fuego; éste, el rey de la nieve.
Despues de contemplar durante mucho tiempo el espectáculo de tanta y tanta blancura (contemplacion en que se van las horas sin sentir, como en la del mar, en la de las estrellas y en la de todo lo que es grande y monótono), hemos entrado en la casa de los guias, donde estos nos