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DE MADRID A NAPOLES

A su entrada, una lápida recuerda que Napoleon la construyó en 1805, are italo (con dinero italiano).

La salida del túnel está artillada con recios morteros , puestos allí por la Suiza.

Un poco mas lejos, salta (casi al alcance de la mano) la vistosa cascada de Fressinone, cuyas espumas rugen y se despedazan al chocar con ciclópeas moles de granito.—Sobre ella hay tendido un ligero puente de madera, que tiembla al solo impulso del aire agitado por las aguas.

Tan pintoresco y animado paraje ha sido copiado en todos tiempos por afamados pintores; y en verdad que lo merece...

Pero hénos en Gondo, último pueblo suizo.

El horizonte sigue cerrado por altas rocas. que se elevan verticalmente sobre la carretera.

Un poco despues pasamos cerca de una Columna en que se ve grabala esta inscripcion:

Italia.—Stati sardi.

¡Entremos, pues, en Italia; en los Estados Sardos!....

Pero esto es solo en el nombre. Los Alpes sigen defendiéndose, siquier en retirada.—Como fieles amantes de la beldad que ocultan al mundo, no permitirán que nadie vea á Italia mientras á ellos les quede un solo instante de vida...

Desde el Hospicio hasta aquí hemos bajado cuatro mil quinientos piés... Nos faltan mil para llegar á la llanura.

Mas hé allí el primer pueblo italiano...

Llámase San Marco, y es una pobre aldea por el estilo del Simplon.—Sus habitantes hablan el patois piamontés, más cargado de palabras francesas que de italianas.

Seguimos rodando precipitados...

A los pocos momentos llegamos á Isselle, pueblo algo más importante, donde se halla la aduana sarda, y nos piden el pasaporte.

Aquí ya se leen edictos y muestras de tiendas en italiano , y tenemos ocasion de utilizar nuestra aficion á la musica y á los poetas de Italia...

Quiero decir que empezamos á hablar un italiano de libretto y de poema, que por cierto no sirve para pedir un plato de sopa...

Volvemos á caminar. La tenacidad con que las montañas limitan el horizonte nos llenan de impaciencia... :

¡Y aún pasamos hora y media de este modo! ¡Siempre bajando, sin nunca llegar á la llanura! ¡Siempre dejándonos atrás montes y montes, sin que los montes tengan fin! hs

Así cruzamos otra garganta feroz , otra sorprendente galería , otro altísimo puente, hasta que, por último, en una revuelta del camino, sepáranse las montañas, bájase el horizonte, dilátase el cielo, y una mar de luz inunda nuestros ojos...