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DE MADRID A NAPOLES

aquellos ofreciéndoselo; los primeros lamentando su horrible esclavitud; los segundos jurando vengar el desastre de Novara...—Hoy las ciudades hermanas que se miran frente á frente desde las dos orillas del Lago Mayor viven en paz, libres y contentas, bajo la bandera tricolor de la madre Italia... —¡Salud; salud á esos pueblos!

Al Mediodía de la formidable plaza de Laveno (en que hace poco más de un año estrelláronse el valor y la fortuna «e Garibaldi, y que sólo se rindió despues de la batalla de Magenta), descúbrese un vasto horizonte sobre una tierra lisa, verde, extensísima.

Son las llanuras famosas de la Lombardía, en medio de las cuales se asienta Milan.—Sus campos son los más ricos, los más bellos y acaso tambien los más ensangrentados de toda Europa...

Hácia el Norte, el paisaje es muy diferente. El lago penetra por entre altos y tajados montes, que proyectan su sombra sobre las aguas, dándoles un tinte verde y misterioso.—Los barcos que suben en aquella direccion y que desaparecen en el interior de la montaña, se dirigen á Suiza, á la cual pertenece la parte septentrional del Lago.

A nuestra izquierda se extiende un ancho golfo, al través del cual divisamos á Pallanza, pintoresca ciudad del Piamonte; mientras que por el otro lado descubrimos á Stresa con su magnífico palacio y deliciosas villas.

Por todas partes, en fin, vénse caseríos, alcázares ó aldeas, cuya reproduccion en el cristal del Lago hace soñar con los palacios submarinos de las nereidas; pues no parece sino que debajo del nivel de las aguas hay otro mundo, con sus montes, sus árboles, sus Casas, sus elsa su cielo, y hasta sus aves, que cruzan en todas direcciones...

¡Y qué intensa luz, qué gozoso ambiente, qué dulce calor, qué acordes ruidos inundan la comarca!

¡Parece imposible que despues de haber estudiado á nuestro paso por Francia todos los portentos sociales, y de haber contemplado en Saboya y en Suiza todo el poder, toda la majestad de la naturaleza, aun encontremos aquí tantas maravillas que admirar!

Pero, mientras nosotros hacemos esta reflexion, y sin darnos tiempo de desenvolverla, se ha reunido debajo del balcon toda una escuadra de botes, gobernados por gallardos mancebos y hasta por hermosos niños, vestidos con una sencillez que no carece de gracia; —descubierta la frente, el pecho desnudo, descalzos de pié y pierna, con largos cabellos flotando sobre los hombros y los brazos al aire, extendidos hácia nosotros...

—;¡Señor!... ¡Señor!... ¡Tome mi barca!... ¡Vamos á las Islas Borromeas! exclaman todos los patrones á un tiempo.

Vamos á las Islas Borromeas, repetimos nosotros entonces... y yo os repito ahora.


El barquero en cuyo bote nos metimos (sirviéndonos de muelle la puerta misma del Hotel) tendria quince años. No bien se aseguró de que