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DE MADRID A NAPOLES

tiempo, cuando la respetaban las devastadoras haces de Gerges y Dario y le rendian homenaje los atenienses.

Terminada la cuesta, y fuera ya de la sacra mansion de los cantores, Isola Madre se nos presentó bajo otro aspecto no menos delicioso.

Los altos cedros, los naranjos cargados de fruto y los pomposos aloes sustituyeron á los laureles. Las palomas reemplazaron á los ruiseñores. El cielo se veia por los claros de las ramas, y la luz del sol lograba penetrar hasta los prados de flores que se extendian en rededor de los troncos seculares.

Si el bosque de laureles me habia recordado el Templo de la Gloria, el bosque de naranjos y limoneros me recordó el Templo del Amor.—Las pa- lomas se arrullaban y besaban volando de árbol en árbol. Los faisanes y los pavos reales se perseguian dando vueltas en torno de las camas de jazmines, luciendo, con la ufanía propia de enamorados correspondidos, las galas de su espléndido plumaje. El aroma del azahar prestaba al ambiente una plácida dulzura que penetraba hasta mi corazon... La inmo= vilidad de las hojas, el sosiego y soledad del vergel y hasta la ininteligente condicion del guardian de tantas maravillas, daban un aire monumental, eterno, apoteótico á aquella artificial naturaleza...—Y yo pensaba en la Isla Afortunada donde Reinaldo vivió preso entre los brazos de Armida, y en la isla de Chipre, consagrada á Vénus, y en el paraiso de Mahoma, y en los jardines fantásticos de los cuentos persas, y en Circe y en el esposo de Penélope, y en todo lo que podeis figuraros...

En medio de Isola Madre álzase un vasto palacio, medio ruinoso, deshabitado y sin muebles, donde sólo viven los ecos de antiguas fiestas y los suspiros de pasados amores...—El actual conde Borromeo habita en Isola Bella.

—Nada más natural: es la ley del mundo: es la ley de Dios: dejar á la Madre por la Bella.—«Dejarás á tu padre y á tu madre...» dice la Sagrada Escritura.

En poco mas de media hora dimos la vuelta á toda la isla y llegamos á la puerta por donde habíamos entrado.

Saltamos al bote y pusimos el rumbo á Isola Bella.

Durante la travesía, el barquero nos fué dando todas las noticias que necesitábamos acerca del Archipiélago Borromeo. Aquel rapaz sabia de memoria toda una Guia del viajero en Hala.

De estas cuatro Islas (nos decia en verdadero italiano), las dos mayores, ó sean Isola Madre é Isola Bella, pertenecen al conde Borromeo, el cual viene á ellas los otoños con su familia y muchos convidados, que bailan y se divierten hasta más no poder, y unas veces pasan la noche damas y galanes persiguiéndose por el lago en ligeras canoas; otras iluminan los jardines; ya queman arbolillos de pólvora; ya dan conciertos que se oyen desde todas las riberas y no nos dejan dormir. Anoche, sin ir más lejos, hubo una de estas funciones, y yo he estado hasta la madrugada tendido