Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/207

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
187
DE MADRID A NAPOLES

Los italianos (entonces, como otras muchas veces) fueron testigos de ajenos triunfos; eran la prenda disputada por los extranjeros; dejaban de ser esclavos del vencido para pasar á serlo del vencedor. ¿Qué les importa, pues, á los hijos de Puvia que en lo2o los españoles vencieran bajo estos muros á los franceses, ó que los franceses hubieran vencido á los españoles?... — ¡A fé que en España no se olvidará nunca aquella lid! — X fé que los franceses no la olvidarán tampoco!

Quiso al fin el cielo depararme un padre cura muy entrado en años y de bondadosa fisonomía , el cual salía de una iglesia al mismo tiempo que yo entraba.

Yo tuve (como era natural) levantada la mampara basta que pasó, y, respondiendo entonces al expresivo saludo con que me dió las gracias, me atreví á decirle, sombrero en mano:

—Perdone usted, señor cura.

—Hable usted, señor caballero, — contestóme él.

(Todo esto en italiano; ó, lo que es lo mismo, en música.)

—¿Quisiera usted decirme hacia qué parte de la ciudad se dio liace tres siglos y medio una batalla?...

El cura se sonrió cariñosamente, y me interrumpió de este modo:

—!Lo habia adivinado!... Usted es español...

—Para servir á usted, padre mió, respondí, soltando la mampara.

—Y como español (continuó el buen viejo, prendado de mi respetuosidad), va usted buscando el lugar en que sus compatriotas derrotaron é hicieron prisionero al rey de Francia...

— Justamente, señor. Eso es lo que busco.

— Pues bien, hijo mío. Vamos á cuentas. ¿Viene usted de Milan?

— No señor. Voy á Milán.

—Mejor. ¿Usted deseará ver la famosa Cartuja de Pavia?

—¡Oh! ¡si lo deseo!...

—Perfectísimamente. — Usted acaba de llegar á Pavía por la porta Ticino... ¿No es cierto?

—Hace media hora...

—Por consiguiente, ¿no ha visto usted todavía nada?...

—Nada...

—¡Buenisimo! — Pues, señor... de todos modos, yo iba á dar un paseo por las calles, atento á que la tarde está demasiado fria para ir al Stradone (el paseo público) y además amenaza lluvia... Pasearé con usted; le enseñaré las principales cosas que comprende la ciudad, y luego lo dejaré en su casa... — ¿Dónde vive el señor caballero?

— En el Albergo de la Cruz blanca me tiene usted á sus órdenes.

— ¿Y cuándo piensa usted partir?

— Mañana mismo.

— Entonces, lo primero que vamos á hacer (prosiguió mi venerable cicerone) es ir á ajustar un carruaje particular que le conduzca mañana á Milán. Llevando usted el coche por su cuenta, puede hacer alto en la