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DE MADRID A NAPOLES

¡Macbeht no tiene hijos! — ¡Consuélate, pobre padre, que has perdido el tuyo! — ¡Macbeht tiene mujer... y una mujer estéril !!

Quedamos, pues, en que ser cartujo es preferible á ser casado, y en que ser casado y tener hijos es preferible á ser cartujo. — La suprema desgracia, por consiguiente, seria hacer el sacrificio de casarse, y dar con una mujer infecunda. — Esta desgracia es muciio mayor que la de tener hijos y perderlos. — En este último caso, yo creo que optarla por tenerlos y morirme. — Lo que nadie debe desear es no casarse y tenerlos... ¡Esto menos que nada ! — Pero hasta ahora no se me ha ocurrido el colmo del horror... — ¡El colmo del horror debe de ser el llegar á dudar de que nuestros hijos sean nuestros!!.' — Vuelvo á creer que lo mejor es ser cartujo.

Conque vamos al grano, que el sol se acerca al cenit, los caballos se impacientan en el camino, y yo quiero llegar á Milán de dia, según me aconsejó el señor cura.

Poco me resta que contar. — Al volver á la Iglesia , mostróme mi bondadoso guía una silla del coro, y me dijo:

-r-En esa silla se sentó muchas veces Francisco I , durante los dias que estuvo preso en esta Cartuja.

— ¡ Ah! ¡es verdad! respodi yo. Se me habia olvidado pedirle á usted noticias acerca de aquellos acontecimientos.

— Al pasar por el Claustro Grande, ha podido usted ver el balcón del aposento en que vivió el Rey de Francia. No le he llevado á usted á él, porque no se puede entrar sin licencia del Prior.

— Dígame usted. ¿Y cómo fue que los españoles trajeron su prisionera á la Cartuja, en vez de llevarlo á la Fortaleza de Pavía?

— Porque lo pidió él mismo, tomando á mengua el entrar preso en una ciudad que no habia podido rendir en año y medio. Venia levemente herido, cubierto de sangre y rendido de cansancio; pero resignado y hasta afable. Al entrar en esta Iglesia , rodeado de su corte, prisionera romo él, los religiosos, que cantaban vísperas en el Coro ( indiferentes á lo ocurrido á las puertas mismas del Monasterio), entonaban precisamente el psalmo 118, que dice: Bonum mihi, quia humiliasli me, ut discam justificationes tuas... — (Es un bien para mi que me hayas humillado, para que aprenda á conocer tus juicios.) — Y es fama que el Rey cayó de rodillas y unió su voz á la de los monjes, cantando en voz alta y con un fervor indecible aquellas palabras tan cousoladoras y tan acordes con su situación.

A la verdad, yo no sé qué fué mas bello en esta escena: si la calma solemne con que los cartujos siguieron aquel dia los preceptos de su regla , sin prestar atención al estruendo de la Batalla ni á la suerte de los imperios, ó la magnánima resignación del Rey vencido, que interpretó tan piadosamente su desgracia , y escribió luego á su madre aquellas palabras célebres: — Madame, tout est perdu, fors l'honneur.

Mientras yo pensaba asi, el sacristán me ha sacailo de la Iglesia para