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DE MADRID A NAPOLES

pasar en ella el resto del dia; pero sin resolverme tampoco á dejarla...

Al fin decido esto último, considerando que todavía no he llegado verdaderamente á Milan, que todavia estoy de viaje; que el coche y el cochero que me aguardan á la puerta, son los que he sacado de Pavía , y que no entró anoche en el trato el que pasasen toda esta tarde á la puerta del Duomo, después de una tan larga jornada...

Prométole, pues, á la Catedral volver antes de una hora, y me encamino al Hotel de la Ville, tomando por el Corso Francesco, que principia en la misma Plaza de la Catedral.

(Llámase Corso en este país toda calle que, arrancando del centro de una ciudad , llega hasta sus afueras.^ — Las calles secundarias llevan el nombre de contrade, y las de circunvalación el de strade.)

El Corso Francesco es la arteria principal de Milán, y luego se dilata con los nombres de Corso y de Borgo (barrio) di Porta Oriéntale. — Es ancho y vistoso, aunque no recto, y sirve de punto de exhibición á la alta sociedad lombarda, que se pasa la tarde andándolo y desandándolo incarrozza, y departiendo amigablemente con los que pasean á pie por las aceras.


El Hotel de la Ville, donde ya me encuentro , es inmenso y destartalado, pero magnífico y lujoso.

El balcón de mi cuarto da al Corso, frente por frente de San Carlos Borromeo, — enorme Iglesia mal proporcionada; remedo servil, pero infortunado, como tantos otros, del Pantheon de Agripa; redonda, por consiguiente; coronada de una cúpula chata , y precedida de un exagerado pórtico de colosales columnas corintias de granito, en que se apoyan algunas casas viejas, acabando de afearlo y escarnecerlo...

En cambio, la vista del Corso, lleno de suntuosas tiendas, y cuajado de elegantes coches y de una copiosa multitud, es muy bella y animada en este instante. — Por supuesto, que damas y caballeros, tiendas y carruajes, edificios y cocheros, están adornados al estilo de París...


Desde el Hotel me vuelvo á la Catedral; pero al llegar á la plaza que lleva su nombre, reparo en otro gigantesco edificio, en que hace poco no fijé la atención, preocupado como estaba con la fachada del Duomo.

— ¿Qué palacio es aquel? pregunto á una viejecíta que vende estampas, medallas y relicarios alusivos á San Carlos Borromeo, sentada delante de una mesilla, á las puertas de la Catedral.

— El Palacio de la Corte, me responde la interrogada, — no sin acon- sejarme que le compre algo, como memoria de mi visita al Duomo.

Yo tomo el consejo; pero dejo para mañana la segunda visita á la Catedral, (pues no es cosa de ver de prisa y con poca luz aquello que se ha estado deseando durante un cuarto de siglo), y diríjome al Palacio, adivinando que en él habrá mucho menos que estudiar.