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DE MADRID A NAPOLES.

Las Iglesias de Milán pueden dividirse en clases: Antiyuns Basili eas, venerables por su fecha, por su rara arquitectura y por los grandes varones que figuran en su historia; Iglesias del Renacimiento, resplande cientes de lujo y alegría, é Iglesias Modernas, sólo recomendables por su clasicismo artístico.

Entre las primeras, la que más llama la atención es San Ambrogio fundada por San Ambrosio en el siglo IV, y en la cual se cree tuvo efecto aquella célebre escena, tan soberanamente reproilucida por la pintura, en que el dicho santo prohibe la entrada en el templo al emperador Teo fjosio, á consecuencia de haber éste mandado degollar siete mil habitan tes de Tesalónica.—También fue en esta iglesia donde San Agustín abjuró sus errores y se convirtió al cristianismo.—En ella predicaron San Bisi lio, San Juan Crisóstomo y otros Santos Padres, y bajo sus bóvedas fue ron coronados muchos reyes y emperadores.—Monumentos de tan grandes tiempos son los innumerables bajo-relieves, bustos é inscripciones que decoran el Atrio, verdadero museo de las artes cristianas.—El interior del templo ha sido restaurado varías veces y en diversos estilos, lo cual le han arrebatado su primitivo carácter.

En San Lorenzo, también antiquísimí, se encuentran asimismo gran des recuerdos de los primeros siglos de la Iglesia; entre otros, una Capilla, cuya fundación se atribuye á la mujer de nuestro rey Ataúlfo.—Muchos arqueólogos é historiadores niegan el hecho; pero la trailicion señala hasta el sepulcro que encerró las cenizas de Placidia.

San Nazaro Grande, erigida por San Ambrosio sobre un teatro gentil, y San Stéfano in Broglio, edíncaila por San Esteban en el siglo V, mere cen del mismo molo, como vestigios de las artes bárbaras, todo el res peto y toda la admiración del viajero.

Las Iglesias del Renarimienlo, que tanto abundan en Milán, son alegres, brillantes, lujosas como las habitaciones destinadas á saraos y festi nes en los palacios reales. El oro y el mármol relucen por todas parles La pintura, la escultura y la arquitectura agotan todos los metlios de lucir sus encantos, con tal de hermosear la casa de Dios; y la verdad es (á mi juicio) que no logran sino profanarla.—La luz del sol refleja en los dorados capiteles de las columnas corintias, en los frescos de las cúpulas, f>n el bronce de los pedestales, en los mármoles bruñidos, y la rienle hirmosura que resulta de esto es demasiado mundana.—San Alejandro y la Madona di San Celso son las que brillan más por semejante estilo.

En cuanto á las Iglesiasmodernas, de arquitectura greco-romana, lo mismo podrían servir para Teatros que para Bolsas, para Templos de Vesta que para Academias ó Liceos.—Su belleza es puramente artística.

Réstame consignar que unas y otras deben visitarse aunque sólo sea como Museos de pinturas.—Luini, Ferrari, Crespi, Lodi, Borgugnone y otros grandes artistas han ilejado en ellas sus mejores obras.—En este sentido recomiendo á San Maurizio 'I Magginre y á San Giorno in Palazzo.