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LIBRO QUINTO

EL VÉNETO.
I.

ADIÓS Á LOMBARDU.—EL LAGO DE GARDA.—LA FROMLRA AUSTRÍACA.—ITALIANOS Y TUDESCOS.—LA POLICÍA.—EL CUADRILÁTERO.—VEROMA.—NOCHE LÚGUBRE.

Son las once de la mañana del dia 2 de noviembre,—del Día de Difuntos!

Las campanas tocan á muerto, y yo estoy dispuesto á marchar.... no al otro mundo, sino á Venecia.

Escribo estas líneas en la estación del ferro-carril, en un salón de descanso, esperando la salida del tren.

Vengo de recorrer algunos templos, y en todos ellos se alza un fúnebre catafalco.

La población de Milán, sin distinción de clases, se halla al pie de los enlutados altares, rogando por los finados.—Nobles y elegantes damas, graves ancianos, bellísimas jóvenes, tiernos infantes, todos vestidos de negro, van de un templo á otro en sus lujosos carruajes á ofrecer todo género de sufragios por el reposo eterno de sus muertos queridos.

Yo creo adivinar la razón por qué este año son tantos y tan ilustres los milaneses que están de duelo.—En l.i campaña del verano pasado, la flor de la juventud de Milán murió luchando contra el Austria.

Y es que aquí la revolución no fue la obra de un partido, ni la tiranía de la gente descontenta y revoltosa sobre la pacífica y acomodada. Fue un alzamiento general, capitaneado por la aristocracia y secundado por todas las clases; en que el príncipe y el obrero pelearon como simples soldados; en que los caballos habituados á lucir en el Corso- Francesco fueron á caer con sus gallardos ginetes en los campos de batalla; en que los elegantes carruajes de las damas milanesas estuvieron siempre á disposición de los pobres heridos.