da Hánura, distingo dos pueblecillos, cuyas torres parroquiales se miran á gran distancia.—El uno es Villafranca: el otro es Solferino.—Hácia el Norte se elevan unas corpulentas montañas de color de violeta, á cuyo pie se distinguen muchas villas y ciudades.—Las de esta orilla son libres: las de la otra son siervas.—El Veneciado y la Lombardía se miran aquí al través de las aguas con la misma angustia que antes se miraban, al través del Lago-Mavor, la Lombardía y el Piamonte.—Finalmente: algunos vapores cruzan las olas, paseando á la vista de los redimidos habitantes de Desenzano, Salo y San Marcos la aborrecida bandera austriaca!... Dentro y fuera de este salon, en torno mio y á lo lejos, reina un silen— cio sepuleral.—Sin esto, me pareceria que sobre ese Lago se está dando en este instante una batalla.—La niebla, enrojecida por el sol poniente, semeja el humo de la inflamada pólvora... El relucir del agua trae á la imaginacion el brillo de los aceros... El odio, que reina noche y dia en esta comarca, aguarda sólo una señal para trocarse en encarnizada Lucha Esa batalla se dará indefectiblemente.—Todo lo violento es transitorio.
Mientras escribia en mi cartera estas reflexiones, se ha acercado á mí un señor muy rubio, y se ha puesto á ver, por encima de mi hombro, lo que yo hacia con el lápiz sobre el papel...—¿Si creeria que estaba ideando un plan de ataque contra Peschiera?
De cualquier modo, se habrá quedado en ayunas; pues misabreviaturas españolas no son para leidas por cualquier aleman...
Al lin me dan el pasaporte.—Trae doblado un pico, y algunas señales amisteriosas hechas con lápiz...—¿Qué signilicará esto? —¿Será una patente de mi inocencia, ó atraerá sobre mí la vigilancia de la policía?
Ello dirá.
A eso de las cinco salimos de Peschiera, pasando el BMincio sobre un magnífico puente.
Los coches del nuevo tren son hermosísimos. Los campos están perfectamente cuitivados. Los caminos vecinales podrian servir de modelo.
—Pues, señor; está visto: en cuanto á bienes materiales, la administracion austriaca uo deja nada que desear.
Ya van en el tren tantos tudescos como italianos.—El silencio se hace más terrible, más amenazador que nunca! —En mi coche, por ejemplo, se respira una atmósfera pesada, aflictiva, cargada de odio y de maldiciones...—Dentro de él va un inspeetor de policía. —Yo ereo que si se cerrasen las ventanillas y se encediese un fósforo, estallaria el carruaje, como una habitacion lena de gas...
En las Estaciones se ven escudos de armas del Imperio y gruesos destacamentos de tropa, cuyas severas levitas blaneas y hermosas y serias fisonomías me recuerdan siempre la campaña del año último...—Los ila-