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DE MADRID A NAPOLES.

bajo le cuesta tener un puerto de mar y algunos millones de esclavos!

Con estas y las otras, cuando subo á Verona ya es de noche.

Entro por la puerta del Obispo (Porta- Vescovo).

Las calles que recorro son anchas y solitarias.

Todavía no han encendido el alumbrado público, ni acaso lo encien dan; pues en el almanaque bace luna...

Y digo en el almanaque, porque una espesa niebla impide á sus pla— teados rayos llegar hasta las calles de Verona.

El coche pasa luego sobre el Adige por un largo puente. En seguida recorremos diez ó doce calles cortas y rectas, en que se ven pocas tien das y muchos soldados, hasta que al fin llegamos á una plaza en que se levanta una gran Iglesia.

A la derecha del templo hay un viejísimo y deforme Palacio.—Es el Hotel, coronado por las dos Torres que le dan nombre.

Yo estoy por decir que me han encerrado en una de ellas, como á un prisionero de los tiempos románticos.

En todo el Palacio no he encontrado más alma viviente que el camarero que me ha conducidoá mi habitacion.

Esta es muy grande, muy triste y muy fria...

Dichosamente, tiene chimenea...

Pero ¡ah! la chimenea da humo...

—Todavía no hemos alfombrado, dice el servidor, reparando en la displicente mirada que dirijo al aposento.

Lo que yo creo es que el dueño del Hotel no habia previsto que pudiese parar aquí este año viajero alguno.

Y á la verdad que el que acaba de penetrar por sus puertas no le sacará de pobre.—Una violenta calentura me hace temblar como un azogado...—Digo, pues, que ya he comido; pido agua de naranja, y me acuesto, despues de apagar la chimenea.

¡Qué noche! A las cuatro de la madrugada aún no he podido conciliar el sueño.

En cambio, lucho desesperadamente con mil visiones y pesadillas, producidas por la fiebre que me devora.

¡Y cosa estraña! el sentimiento dominante en mis alucinaciones es un miedo cerval á los austriacos; no sé qué terror pueril, parecido al que me inspiraba en mi niñez una habitacion oscura.

Yo no he tenido el gusto de vivir bajo el antiguo régimen. Yo no comozco la tiranía sino de nombre. Cuando abrí los ojos al mundo, me encontré en una sociedad libre, digna, racional, que ofrecia á todos los individuos el sagrado amparo de las leyes.—Todo lo que despues ha querido pasar en España por despotismo, me ha hecho reir. La tiranía de nuestros ministros responsables me ha parecido siempre cómica, y no he tenido nunca la fortuna de temer la ¡ira de aquellos sultanes de sainete que arrancaban á los periódicos tantas lamentaciones.—No: yo no he co-