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Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/493

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DE MADRID A NAPOLES

mente, como si fuese una insigailicante capital cualquiera, más atento á mis quehaceres que á lo que encontrara al paso, y dejando para mañana mi visita solemne , oficial (perdonadme esta figura), á la insigne Ciudad reina de las edades, — visita que principiaré , como buen cristiano que soy, por la Basílica de San Pedro, donde descansan las cenizas del Santo Apóstol cuyo nombre me pusieron en la pila del bautismo.

Salí, pues, á la calle, dejándome en el hotel la poesía, la devoción, la curiosidad, el respeto... ¡casi toda el alma!..., y empecé á andar de una parte para otra, de incognito ú mis propios ojos, ó por mejor decir, huyendo y recatándome de mí mismo, y precedido de un criado de la Fonda, que tenia órdenes terminantes de conducirme seguidamente y sin rodeos al correo, al telégrafo, á casa de un sastre, auna guantería, á un gabinete de lectura, á una tienda de objetos de escritorio, á una zapatería, á un despacho de tabaco, á un puesto de libros y á un almacen de cuerdas de arpa.

Veamos cómo he cumplido mi propósito.

De la Plaza de España fuí al Corso por la vía Condoctti.

En la via Condoctti estudié las Fachadas del Convento Español de la Trinidad (órden fundada para la redención de cautivos), del Palacio de los Caballeros de Malta y del Palacio del duque Marino Torlonia; muchos aparadores de riquísimas platerías y de almacenes de camafeos y mosáicos (establecimientos que no tienen rival en el resto del mundo y que dan la norma del gusto en materia de joyas al mismísimo París); la Puerta del Café Greco, dentro del cual, según mis noticias, acostumbran á reunirse todos los dias más de una vez los veinte ó treinta jóvenes españoles, pensionados ó sin pensionar, que estudian las bellas artes en Roma (entre los que tengo yo algunos amigos, que ya iré á buscar allí): la muestra de la Trattoria de Lepre, donde comen generalmente esos jóvenes artistas, y en fin, otras mnchas tiendas de las más principales de la ciudad.

El Corso, el célebre Corso, del que habreis oido hablar muchas veces á propósito del renombrado Carnaval de Roma , empieza, como vimos , en la Plaza del Popolo. — Por la via Condotti salí casi á la mitad de él. — En aquel momento reinaba allí grande animacion. Centenares de carruajes cruzaban en todas direcciones. Algunos de estos carruajes eran enormes é iban tripulados al exterior por un cochero y dos lacayos vestidos de encarnado, con sombreros de tres picos, y provistos de inmensos paraguas tambien rojos, mientras que en el interior se veian graves personajes vestidos de púrpura, acompañados de otros, no tan graves, vestidos de morado. Eran Cardenales y Obispos: eran quizá las Autoridades de Roma: alguno de ellos podia ser el Ministro de la Guerra (que aquí se llama de las Armas), ó el Gobernador civil (Monsignor Gobernatore) , ó tal vez el mismo cardenal Antonelli... — ¡Me dió miedo sin saber por qué! — En otros carruajes iban gentes de diferentes hábitos, que yo no sé distin- guir todavía, llevando á la parte de afuera criados de rarísimos uniformes. —