te, me hacian la ilusion de tres hermanas-llorando juntas una misma pena. A otras las he creido blancas vestales que, fieles á su juramento, velan por el Fuego Sagrado, despues de tantos siglos como han trascur= rido desde que murieron los últimos Grandes Sacerdotes...—¡Oh! quien no haya contemplado un cementerio á la luz de la luna; quien no conozca la fantástica vida que adquiere el mármol cuando lo esclarece el astro me- lancólico, no podrá comprender todo el misterio, toda la poesía de aquel sublime espectáculo! —-La luna es el sol de los que fueron , el alma de la soledad, la única compañera del olvido.—Roma antigua, vista de aquella manera, desde lo alto del Capitolio, tenia más vida, existia más en mi imaginacion que la Roma moderna que se me apareció un momento des- pues al otro lado de la sagrada cumbre...
Y, sin embargo, el panorama que se descubria desde allí era tambien magestuoso. Casi toda la Ciudad Papal se extendia por aquella parte, co- ronada de Torres y Cúpulas é iluminada por el astro de la noche, cuyos fulgores reflejaban en la pizarra de los techos, en los cristales de los bal- cones, en el agua de las fuentes...—En torno mio se alzaban los Palacios que constituyen el Capitolio de hoy, dibujados por Miguel Angel: á mi lado campeaba la Estátua ecuestre de Marco Aurelio: á mis pies empeza- ban una vasta escalera y una larga rampa adornadas con las Estátuas de Constanto y de su Hijo, con la Columna miliaria de Vespasiamo y de Nerva, con los Trofeos de Mario, y con las célebres Estátuas colosales deCastor y Poluz...
Pero todo esto no era nada para mí comparado con la sola idea de que estaba en el Capitolio, en aquel lugar consagrado á Júpiter por los Tar- quinos, en la antigua Ciudadela de Roma, en el Templo de su gloria, tan- tas veces abrasado por el incendio ó regado de sangre humana; allí donde la Antigitedad divinizó á los guerreros y la Edad-media á los cantores; allí donde fue coronado Petrarca y asesinado Rienzi; allí donde se halla la gran campana que anuncia al mundo la muerte de los sucesores de San Pedro...
Era ya cerca de media noche...
Jimque quiescebant voces hominungue canumque, Lunaque nocturnos alta regebat «quos:
del propio modo que la noche del destierro de Ovidio; y Hanc ego suspicens, el ab hac CAP: TOLIA Cernens,
(como el infortunado poeta), he acabado por exclamar, dirigiéndome, no á á los dioses que él invocaba, sino á él mismo, y al César que lo dester— raba, y á todos los grandes hombres de la antigua Roma :
Estesalu/ati tempus in omne mihi!
Despues de lo cual he vuelto á tomar el coche (que habia bajado del Capitolio por la rampa, en tanto que yo bajaba por la escalera), y me he