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DE MADRID A NAPOLES

luz del dia, verán cruzar ese cadáver desde algiin pueblo de la ribera y lo sacarán sin esponerse á nada. — Lo que á mí me sorprende es que esle cuerpo baya estado en el rio todo el dia de boy sin que nadie lo vea, y esta misma reflexion nos baria la justicia de Bougival. — ¡Ah! es un mal negocio. — Dejémoslo asi y procuremos nosotros dormir más abrigados que ese pobre caballero.

— Mauricio tiene razon, dijo Iriarte. Esta aventura nos atraería muchos compromisos. Repara que bace días llevamos una vida que no tiene fácil esplicacion, sobre todo á los ojos de un alcalde.

Yo habia resuelto ya tambien dejar á Dios todo aquel drama, cuyo desenlace acabábamos de entrever; pero seguí con la mirada el punto negro que marcaba sobre las ondas la cabeza del suicida, basta que lo vi desaparecer en un recodo del río.

Con esto, dimos las buenas nocbes al pescador, que rigió su bote con direccion á su casa, y nosotros seguímos vogando bacía la isla de Croissy.

Diez minutos después estábamos en Chatou.

Al dia siguiente, cuando nos levantamos, de todo teníamos gana Mr. Iriarte y yo menos de continuar las aventuras del dia precedente.

El encuentro con el abogado babia ennegrecido nuestra imaginacion.

Cumplimos, sin embargo, nuestra promesa, y concurrimos á la cita á la hora prefijada.

La isla estaba desierta.

Fuimos en casa de Mauricio, y allí supimos que nuestras dos amigas, espantadas también por aquel siniestro lance, habían levantado el vuelo hacia París en el primer tren de la mañana, encargando á la viejecita que nos presentase sus escusas.

Mucho nos alegramos de esto; pero lo más singular es que yo no sentía el menor deseo de volver á París.

El dia estaba hermoso. Bougival se distinguía allá abajo, á la orilla del río, tan gracioso y sonriente como la creación de un artista. Mi toilette se habia reparado, gracias á Mr. Iriarte, lo cual se hacia ya muy urgente, pues recordareis que cuando salí de mi casa hacia tres días, sólo era mi intento hacer una visita en la ciudad. En la serena atmósfera de la mañana vibraban los ecos de una campana remota que tocaba á misa. Carlos y Sofía, los hijos de Mauricio, se disponian ya para ir ala escuela del pueblo. La idea de París seguía causándome vértigo y disgusto...

— ¡Vamonos á Bougival! dije de pronto á Mr. Iriarte.

— Sí, vengan ustedes, exclamaron los niños. Hoy hay una misa solemne en la iglesia.

— Vamos á Bougival, añadió mi buen amigo.

Y emprendimos la marcha.

Por el camino fuimos encontrando mucha gente que acudía á misa desde las casas de campo de la comarca.