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DE MADRID A NAPOLES

quino y de Guido Real, dejó allí el más grande testimonio de su genio en varias escenas mitológicas que casi compiten con las que hemos admirado en la Farnesina.

Todas estas Galerías están abiertas al público ciertos y determinados dias, mediante una mezquina retribución (cuatro ó seis reales) que hay que pagar á la puerta de cada una. — ¡No es tal industria muy digna de príncipes romanos; pero, en cambio, les proporciona alano una renta de 8 ó 10,000 escudos.

Dejo indicado cuanto he visto durante la última semana; pero, por regla general, á la descripción de esos portentos fáltale color y vida, asi como el acompañamiento de mil menudas circunstancias , en cuyo estudio se complace el observador y que forman lentamente sus opiniones y determinan sus afectos. — La entrada en cada Palacio y en cada Iglesia; las conversaciones con ciceroni y conserges; los encuentros con gran les señores en las escaleras de sus Palacios; el monólogo diario de la prensa pontificia; lo que siente y dice el público en los teatros; la cara con que el trasteverino mira al soldado francés ; el desprecio de los franceses hacia los romanos; mis observaciones en las tiendas , en los mercados, en las oficinas de la policía (á donde tengo que ir de tiempo en tiempo á pagar ua nuevo permiso para seguir permaneciendo en Roma), en las puertas de los templos, en los cafés y en los restaurants: mis diálogos con los cocheros; mi amistad con los Padres españoles de Monserrate; todas estas cosas y otras muchas más que han depositado en mi corazón y en mi cabeza un tesoro de impresiones, de ideas, de datos y hasta de secretos, deberían íigurar en estos apuntes; pero fuera hacer mi trabajo interminable, sin contar con que yo respeto demasiado á Roma para meterme en hoqduras ni entrar en ciertos dibujos.

Viniendo, pues, al día de hoy y á las escenas á que he asistido esta tarde y esta noche, fuerza es que os supongáis conmigo en la Plaza de Gesu, á la que llegué por casualidad á eso de las cuatro, y donde una inmensa muchedumbre, dos apretadas filas de tropa que formaban calle desde la puerta de la Iglesia de Jesús hasta la Plaza de Venecia, las colgaduras que adornaban los balcones y las elegantes damas asomadas á ellos, me indicaron desde luego que allí ocurría ó iba á ocurrir algo muy extraordinario.

Pronto me sacó de dudas una matrona romana, más ó menos patricia, que defendía á sus dos hijos contra las oleadas populares, y á la cual le pregunté la razón de aquellos preparativos.

— Se espera al Padre Santo (me dijo), quien vendrá, como último día de año que es hoy, y según antigua costumbre, á cantar en la Iglesia de los padres Jesuítas un solemne Te-Deum en acción de gracias por la feliz terminación de 1860.

Las filas de tropa que formaban la susodicha calle pertenecían á la guarnición francesa, y además se veían entre la multitud infinidad de sol-