Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/566

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
522
DE MADRID A NAPOLES

lante, este venerable anciano, de quien se lia dicho tantas veces que está vecino al sepulcro, conserva la agilidad y el fuego de sus mejores años.

Media hora duró la audiencia. Acaso podria referir palabra por palabra todas las que me dirigió S. S.; pero no debo correr el riesgo de poner en sus labios alguna que no pronunciara.

Daré, sí, cumplida cuenta del giro de la conversación.

Preguntóme el Padre Santo si habia pasado por la a Alta Italia para venir á Roma.

Esta pregunta me turbó un poco. En la Alta Italia está comprendido el Piamonte, el Reino de su enemigo, el territorio excomulgado...

Contesté que sí; y S. S., comprendiendo mi turbación, atenuó el interés del asunto, tratando de deducir de mi respuesta todo mi itinerario desde que salí de España.

Con este motivo, se enteró del estado de los ferro-carriles españoles, confundiendo á veces la posición respectiva de algunas de nuestras ciudades, á lo que yo rectificaba con la mayor franqueza y gran contentamiento suyo, haciéndole sonreír con sin igual dulzura.

Esta falibilidad del Sumo Pontífice tenia para iní un indecible encanto, y aumentaba la tierna confianza de una entrevista que yo me habia imaginado tan solemne y ceremoniosa.

Del estado de los caminos de hierro pasó S. S. muy naturalmente al estado político de España , y manifestó su regocijo por la paz que reina en aquel amado suelo después de tantas discordias. — Fueron sus palabras.

Una vez en este terreno, se lamentó de que la situación de Italia no sea la misma; y, elevando el tono de la conversación, pero siempre con angelical blandura, me dijo... lo que yo habia leido ya en muchas Encíclicas recientes: que S. S. no ha perdido ni un solo momento el valor y la esperanza : que cree seguro el triunfo de la Iglesia : que dá gracias á Dios por haber elegido su Pontificado para tan dura prueba: que su alegría aumenta á proporción de las tribulaciones; y que pues yo, como escritor, dirijo mi voz al público (esto de escritor lo habría dicho la Embajada de España al pedir mi audiencia), no deje de participar á mis compatriotas la gratitud de la Santa Sede por la fidelidad de España y por los auxilios y pruebas de amor que recibe continuamente de ella, asegurándoles que nada hay que temer por la Navecilla de San Pedro, pues saldrá triunfante de la presente borrasca como ha salido de tantas otras.

Confieso que oí esta exhortación con miedo y remordimiento. Parecíame que S. S. se dirigía á mí, á mí conciencia, á mí corazón, no tan confiado como el de S. S. — Aquellas palabras, estereotipadas en sus labios y en todos sus escritos, me parecían una reprensión imaginada exproféso para perseguir y disipar en el fondo de mi alma las últimas tinieblas, allíescondidas, ó para castigar la hipocresía de una duda vergonzante. — Si no hubiera temido fatigar su atención, habríale dado cuenta de mis íntimos sentimientos , rogándole que los contrastase con los que aca-