— ¡Pero eso es horrible! —gritó Llorede—. ¡Eso no puede ser! ¡Tú te equivocas!
— No —repuso Robert—; no me equivoco. La Muñeca ya no te quiere, ó por lo menos, ya no te quiere como antes... Tú mismo lo hubieras comprendido si no estuvieses ciego, cual todos los enamorados. ¿Necesitas las «pruebas» que reclaman á voces los maridos sin fortuna en los dramas de Scribe? Pues te daré pruebas, chico; tu querida recibe cartas de Margot, y seguramente no las quema, porque las mujeres no destruyen jamás los billetes que pueden comprometerlas. Busca esas cartas si necesitas pruebas. Margarita es un monstruo.
— Hablas así por despecho.
— ¡Tal vez! Yo mismo no lo sé. Pero, en todo caso, te digo la verdad: Margot es un monstruo y tu querida es una histérica.
— ¡Robert!...
— No te enfades. Entre nosotros la